Era mi primer mes de trabajo como
asesor en una marca de ropa prestigiosa y muy elegante. La verdad era difícil
para mí aceptar ese título, pues había estado trabajando siempre en cocinas,
como mesero, pizzero, bar tender etc. Pasé por muchos puestos operativos en los
que llevas un uniforme que solo te hace ver presentable, jamás me preocupé por
mi cabello, regularmente lo tenía relamido con gel o escondido bajo una red de
cocina, apenas tenía un par de pantalones que ni siquiera eran de mi talla y
algunas camisetas. No necesitaba más porque la mayor parte del tiempo la pasaba
trabajando. Pero por una o por otra razón, entré a ser asesor de moda.
Ahí estaba yo, a penas aprendiendo
cómo vestir, combinar colores nombres de prendas, cortes y temporadas. A veces
pienso que la vida me ha estado entrenando de alguna manera para esto, no para
ser asesor, sino para ser la mejor versión de mí, pues… de ser un tipo que
apenas vestía y a quien ni siquiera le importaba como lucía, comencé a
preocuparme por mi apariencia, a refinar mis gustos y a vestir mejor.
Ya me estoy saliendo un poco de
contexto, esta es la historia de la primera chica que conocí oficialmente, no
aquella de mi primera vez, ni siquiera está cerca de serlo, pero fue esta la
primera persona que conocí como mujer y no como niña. Y es que es diferente ser
un adolecente y acostarte con chicas de tu edad, temerosas, que sienten que
cada relación sexual es una travesura, a estar con una verdadera mujer con
curriculum sexual.
Como decía, llevaba un mes como
asesor de moda y había una bacante para el departamento de dama, así que recién
entró una chica, quien de principio no llamó demasiado mi atención, era solo
una chica, baja de estatura, de ojos verdes, cabello negro y lacio, con
anteojos, de aquellos con armazón negro que al parecer estaban de moda entre
los intelectualoides de las universidades, era un par de años mayor que yo, con
una gran sonrisa eso sí. Como los dos coincidíamos en los mismos turnos, estuvimos
conviviendo bastante por una semana, hasta que uno de mis compañeros de
trabajo, mi jefe en realidad, quien después se haría uno de mis mejores amigos,
me sugirió invitarla a salir, alegando que en realidad era una chica guapa y
que si en ese momento yo estaba soltero, debería intentarlo.
Era algo difícil para mí, nunca
había invitado a salir a una chica, así, de la nada y con la intención de seducirla
o conquistarla, le respondí que no, que no llamaba mucho mi atención, pero en
el fondo sabía que no me atrevería a hacerlo, no creía que fuese a aceptar, en
realidad, casi estaba seguro de que me rechazaría. Mi amigo, que en ese momento
era mi jefe, se burló un poco de mí e incluso me preguntó que si realmente me
gustaban las mujeres, con un tono entre burlón e inquisidor, lo tomé casi como
un desafío y le contesté que sí, pero
que no saldría con ella solo para comprobárselo. Pero… no podía mentirme a mí
mismo, era para mí una chica linda, pero también representaba la oportunidad de
enfrentar uno de mis miedos.
Recuerdo con una expresión de burla
en mi rostro, como pasé casi una noche diseñando estrategias para invitarla a
salir y asegurar el sí, no sabía qué hacer, como decirle, a donde llevarla,
sentía una tremenda preocupación por lo que fuera a contestar o qué iba a
pensar ella de esta invitación. No es que fuera la primer mujer en mi vida, en
realidad ya había estado con un par de chicas, pero nunca tuve que hacer nada
con ellas, jamás las invité a salir y eran chicas con quienes solo se dio el
momento, no tuve que pensar en impresionarlas. Por eso, esta chica, de entrada,
era una mujer especial en mi vida.
Otra de las cosas que por su puesto pasaba por
mi mente, eran aquellas mujeres que me habían rechazado desde la primaria,
secundaria y luego en la preparatoria, por diferentes razones, si era muy
chico, si no era muy guapo, si era muy moreno, si les gustaba más alguno de mis
hermanos o alguno de mis amigos o alguna otra persona que estuviera por ahí,
que si era muy tierno y merecía algo mejor o si no era yo, eran ellas.
Cualquier pretexto surgió en esa temporada para recibir el rechazo de muchas
chicas. Después de todo, si había personas que podían ver aquellas cosas malas
en mí, seguro que cualquiera podría hacerlo. Era en lo único en lo que pensaba
durante esa noche.
Un par de días después, coincidimos
en el turno de la tarde, me molestaba conmigo mismo de sentirme tan incómodo
con la situación que pensé dentro de mí –Chingue su madre… no tengo dinero, no
tengo carro, no tengo nada que ofrecer y por ahora tampoco tendré vergüenza,
esta noche la voy a invitar a salir y no importa que pase- Al terminar el
turno, después de limpiar la tienda y hacer el corte de caja, coincidimos una
vez más en los vestidores, dijo que tenía mucha hambre y yo aproveché esa oportunidad
de oro. – cerca de mi casa hay un puesto de hamburguesas muy buenas, si
aceptas, te invito una, ¿qué dices?- Sé que comer en la calle en un puesto de
hamburguesas no es la cita ideal, pero como ya lo dije antes, no tenía dinero
ni vergüenza en ese momento, traté de decirlo como una invitación desinteresada,
ella podía escapar fácil diciendo simplemente que ya tenía algo de cenar en
casa o simplemente diciendo que no quería llegar muy tarde y yo lo entendería,
regularmente la gente invita a salir a una chica con algún tiempo de
anticipación, pero ella aceptó, incluso aceptó ir caminando hasta ahí, cosa que
me sorprendió aún más.
Mientras caminábamos, empezamos la
típica plática para saber que era de las vidas de cada quién, cuáles eran sus
aspiraciones, sus metas, sus gustos, etc. Era una chica realmente divertida con
quien no podía pasarla mal, platicando de todo y esto comienza a sonar igual
que como tú has hablado de alguien alguna vez, platicando con tus amigos acerca
de una chica que en una cita te cautivó. Pues la sensación era exactamente la
misma. Me encantó.
Llegamos al puesto de hamburguesas
y seguíamos platicando mucho, en algunas ocasiones incluso escupimos la comida
porque no podíamos aguantar la risa, me la estaba pasando realmente increíble.
Me quedé viendo a sus ojos, porque
esa noche, no llevaba consigo los lentes y me percaté de sus hermosos ojos
verdes, profundos y oscuros, verdes como una laguna, realmente especiales. Lejos
de intentar hacer un cumplido, solo le dije sinceramente –No había visto tus
ojos sin los lentes, no sabía que eran verdes. Son realmente bellos- y ella
contestó –Gracias, lo que pasa es que traigo pupilentes- Se me cayó la cara de
vergüenza, me sentí como un estúpido y creo que no lo pude disimular, porque
segundos después ella volvió a decir con una carcajada –Bueno… ¡lentes de
contacto! Este es el color de mis ojos, pero necesito usar un poco de aumento
porque si no, no veo nada- Nos votamos de la risa y aún me cautivó mas su
sencillez, otra chica solo habría dicho gracias y en el mejor de los casos si
no está acostumbrada a recibir halagos, se habría sonrojado, pero para ella, un
cumplido se convirtió en una carcajada.
Contaba las mordidas para pasar más
tiempo con ella, pero en algún momento la comida se terminó y hubo que pagar.
Estábamos cerca de la despedida y recordé que mi roomie, tenía guardada una
pequeña botella de vino y como estábamos cerca de mi casa… - tengo por ahí un
vinito, ¿quieres? - -¿Te gusta el vino?- - Sí, me encanta- No era mentira,
había tomado clases de cata de vino y conocía bien las variedades y los
sabores. Ella no tardó en contestar con afirmación y me comentó que le parecía
raro que a un tipo de mi edad le gustara el vino. Había acertado, todo estaba
saliendo muy bien, mucho mejor de lo que esperaba.
Llegamos a casa, descorchamos y
servimos, seguimos platicando de todo un poco, cosas superficiales y algunas un
poco más profundas, me sentía muy cómodo con ella, parecía saber y entenderme
claramente, cuando no estaba de acuerdo en algo, me lo decía y empezábamos un
debate, a veces ella ganaba y a veces yo solo decidía cambiar de tema.
Esa noche, ella tenía una camiseta
de tirantes un poco floja, mientras platicábamos, y la risa hacía temblar su
pecho, conseguía ver de vez en cuando uno de sus pezones, el cual comenzaba a
distraerme y a apoderarse de mi mente. Y es que todo estaba saliendo tan bien que
tal vez podría terminar en la cama. Esa idea estaba trastornándome, -¿Y si lo
hubiese hecho a propósito, si ella sabía que a través de su escote podía ver
sus senos casi por completo? ¿Qué tal si lo estaba haciendo a conciencia con la
intención de seducirme y yo estaba dejando pasar la oportunidad?-
La noche transcurría y el vino ya
se había apoderado de nosotros con un efecto somnoliento negativo. Como rutina,
era momento de irse –Ya se está haciendo tarde, me tengo que ir, pero, ¿puedo
pasar a tu baño primero?- -Si claro, está al final del pasillo- Contesté. No sé
cuánto tiempo pasó, pero no podía dejar de pensar que tal vez esa era mi noche
de suerte. Desde hace tiempo que no tenía sexo y estaba ansioso en verdad.
Cuando salió del baño, se miró en
el espejo del pasillo y yo fui tras ella esperando robarle un beso que rechazó.
– ¿Quieres quedarte esta noche?- Insistí. –Iván, me caes muy bien, pero
esperaba que fuéramos amigos- Volví a insistir y le dije que me gustaría que me
diera una oportunidad, pero volvió a contestar que me prefería como amigo.
No lo entendí, se apoderó de mi una
sensación de fracaso, fue como si todas las chicas del pasado volvieran en
ellas para decir lo mismo. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué si nos la pasamos tan
bien, ellas solo quieren ser mis amigas? ¿Qué es lo que hago que al final siempre sale
mal?
Pasaron algunos días sin novedad y
en uno de mis días de descanso, decidí ir por ella a la salida, bajo el
pretexto de que estaba cerca de la plaza y que tenía ganas de verla. Era mentira
claro, había ido únicamente por ella y porque no podía seguir preguntándome lo
mismo con cada chica a la que conocía.
Así que cuando salió del trabajo,
me vio en la puerta de la plaza, no sabía que iba a buscarla. – ¡Hola! ¿Qué
haces a estas horas en la plaza?- preguntó. –Pues… estaba por aquí y como hacía
falta poco para que salieras, decidí esperarme para verte- Contesté. Su
expresión cambió un poco, le había gustado el detalle, así que la invité a
salir, yo no tenía un plan ni sabía que hacer en caso de que me dijera que sí,
invitarla de nuevo por una hamburguesa no era la opción. Pero no tuve que
preocuparme demasiado porque de inmediato me dijo que no, que tenía que llegar
temprano a su casa. Sentí una pequeña punzada en el abdomen, pero después de
todo era un riesgo muy factible y yo que al parecer estaba optando por la
espontaneidad al momento de invitar a salir a alguien, no podía quejarme.
-Bueno… te acompaño a tomar el
camión- Le sugerí – ¡Si claro!- A decir verdad, me sentía un poco incomodo,
después de la negativa, pero de alguna manera ella empezó a controlar la
situación y a actuar como si nada, platicando mucho, en verdad que era una
chica fantástica. Así pasó el primero, el segundo, el tercer camión y me di
cuenta de que los estaba dejando pasar. Era una buena señal, entendía que
quería estar conmigo.
Así pasó el tiempo hasta que me
animé a besarla una vez más, esta vez tuve un éxito parcial, porque justo
después del beso, tomó el siguiente camión alegando que ya era demasiado tarde.
Me dejó queriendo más, al menos ya sabía que podía haber algo y regresé a casa
sintiéndome al máximo, recuperé mi virilidad y mi ego, aunque suene
insignificante, en ese momento era para mí haber anotado un gol, para pasar a
cuartos de final.
No podía dejar de pensar en ella,
estaba ansioso por verla en el trabajo, por coincidir en horarios. Y así fue,
de pronto, nuestra relación empezó a ser una travesura en los almacenes y en
los vestidores, cada vez que alguno tenía que ir por ropa, por alguna talla
extra o había cambio de turno, nos encontrábamos ahí para intercambiar algunos
besos, los primeros, robados y muy inocentes, pero cada vez que entrabamos
subía un grado el nivel de intensidad, pero ella siempre se apartaba y me
dejaba, creo que eso me mantenía cautivo y pendiente.
Seguimos así por unos días, pero yo
ya no aguantaba y los besos y caricias se convertían en mordidas y arañazos, la
cargaba de las nalgas en contra de los estantes de ropa y le lamía el cuello,
pero cuando ella decidía que era suficiente y salía del almacén, yo tenía que
esperar un poco para relajarme antes de salir de ahí señalando a todo el mundo.
Dejé de pensar en invitarla a
salir, me imagino que era un poco porque ya estaba cumpliendo mi objetivo y ya
no tenía mucho sentido gastar algo de dinero en ella, mi siguiente reto y el
que realmente me generaba incertidumbre, era llevarla a la cama, sentía que
para llegar a ese punto, teníamos que ser novios primero o tener una relación
más estable y no solo de almacén, salir más a menudo y pasar más tiempo juntos
fuera del trabajo para generar confianza. Pero para un chico mayor de edad que
jamás había tenido una novia, realmente era un reto. Un reto que descartaría en
poco tiempo. Pues dentro de poco tendría por coincidencia, el empujón que hacía
falta.
Por supuesto, no habríamos podido
estar por mucho tiempo escondiéndonos en horas de trabajo en los almacenes y
poco a poco los demás se empezaron a dar cuenta de lo que ocurría, hasta que un
día, la gerente del lugar, casi nos descubre in fraganti. A partir de ahí, ella
empezó a evitarme porque no quería perder su trabajo. Fue esa mi oportunidad.
–Tal vez deberíamos volver al principio, te invito a cenar- Este era mi segundo
intento y no esperaba desaprovecharlo, después de todo, me sentía más seguro
porque sabía que sí había algo entre nosotros. Alegó que estaba muy cansada y
que no quería estar en la calle, eso era para mí una muy buena noticia, no me
había dicho que no, solo me dijo que no quería estar en la calle. Así que tomé la
oportunidad y le dije, -No te preocupes, tengo pasta en casa-
De nuevo estábamos los dos en mi
casa, pero ella no parecía dar oportunidades para que me acercara e incluso
estaba un poco huraña, como que ya sabía mis intenciones, las cuales eran muy
obvias, no lo niego. Cenamos, platicamos, el tiempo pasaba y comenzó a
bostezar, una muy mala señal de aburrimiento, me sentía al límite, a punto de
perderla, pero en un intento desesperado, comencé a masajearle la espalda
¡valla que fue un gran acierto! Comenzó a retorcerse y acomodarse con
expresiones de placer que me encendían. Momentos después le dije que si se
llegaba a quedar dormida, sería mejor que lo hiciera en el cuarto y que para mí
sería más fácil hacerle masaje en la cama. Siguiente paso cumplido, ya la tenía
en donde la quería, pero no como la quería, pues me estaba dando la espalada,
pero ahí fue mucho más fácil encender una vela aromática y sugerir un aceite
relajante. Todo era plan con maña y ella lo sabía también pero si algo saben
hacer bien las mujeres, es fingir inocencia.
Poco a poco, le pedí que se quitara
la blusa, pero solo la levantó y la dejó alrededor de su cuello, le desabroché
el sostén y como no dijo nada, me sentí mas en confianza, masajeando cada vez
más abajo y cuando subía, lo hacía por el contorno de su espalda, con la punta
de mis dedos a penas rozando el borde de sus senos. Fui muy paciente, quería
que hirviera antes de intentar algo. Cuando el aceite fue absorbido por su
espalda y ella estaba totalmente relajada, me acosté a un lado, acaricié su
cabello y nos besamos. Nos besamos muy intensamente. Terminó de quitarse la
blusa, el sostén y de ahí, fue toda una noche desahogando nuestras ganas, esas
ganas que habíamos acumulado por algunas semanas. Alejandra, la mujer que me
había dado mi primera experiencia sexual real, a la primera con la que me
acosté queriéndola.